(Noticia publicada en ABC el 15/12/24)

Recientemente se ha dado a conocer en varios periódicos de ámbito nacional que el tipo de alimentación y el peso influyen de manera significativa en la progresión del cáncer de próstata. Aunque los cambios en la dieta y la pérdida de peso no son una cura por sí mismos ni pueden reemplazar a los tratamientos médicos habituales, sí que pueden ayudar a ralentizar el crecimiento del cáncer, mejorar la calidad de vida y reducir el riesgo de progresión.

La noticia hace referencia a una publicación reciente realizada por un grupo de investigadores del Jonsson Comprehensive Cancer Center de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) en la revista Journal of Clinical Oncology. Además, numerosos estudios respaldan la relación fundamental entre dieta, peso y cáncer de próstata.

Conclusiones de los estudios

Las principales conclusiones de estos trabajos se pueden resumir de la siguiente manera:

Dieta rica en alimentos vegetales:

Una alimentación basada en frutas, verduras y legumbres disminuye el riesgo de progresión del cáncer de próstata.

Consumo de licopenos y flavonoides:

Los licopenos –potentes antioxidantes presentes en tomates, naranjas, pomelos y sandía–, junto con los flavonoides –presentes en muchas frutas y verduras, en el vino, en el y en el chocolate–, reducen los marcadores de progresión en hombres con cáncer de próstata.

Consumo de ácidos grasos Omega-3:

Las grasas poliinsaturadas Omega-3 ayudan a ralentizar la progresión del cáncer de próstata.

Dieta saludable y ejercicio regular:

La combinación de una alimentación equilibrada con actividad física mejora los niveles de insulina y otros biomarcadores relacionados con la progresión tumoral.

Relación con la obesidad:

La obesidad se asocia con un peor pronóstico en el cáncer de próstata.

Importancia de la alimentación en el tratamiento

Aunque estos cambios en la dieta no sustituyen los tratamientos médicos, constituyen un complemento valioso para ralentizar la progresión del cáncer de próstata. Adoptar un estilo de vida saludable, que incluya una dieta rica en alimentos vegetales, el consumo de antioxidantes y Omega-3, junto con el ejercicio regular, puede marcar una gran diferencia en la evolución de la enfermedad y en la calidad de vida del paciente.

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